Introducción.
Capítulo 2. La doble tarea de la elaboración de la pregunta por el ser.
§5. La Analítica Ontológica del Dasein como puesta al descubierto del horizonte para una interpretación del sentido del ser en general.


     Toda lectura avanza desde una vuelta al comienzo. Tal puede ser una de las orientaciones preliminares que guian la lectura de Ser y tiempo. En su inicio, Heidegger indica con claridad que su empresa filosófica ha de encontrarse, lanzarse, enfrentarse, habérselas con Platón y su delimitación fundadora del campo de posibilidades de la filosofía. 

     Tras más de dos mil años de travesía filosófica, el filósofo alemán constata la perplejidad contenida en la expresión “ser”, y recurre a un texto platónico donde el ateniense se detenía ante el mismo problema: ¿qué significado posee la expresión “ente”?1. En tanto aún no hemos dado con la respuesta a la interrogación platónica, la labor filosófica se mueve en los confines del territorio señalado por Machado: “Hoy es siempre todavía”; la filosofía alberga, históricamente, una sombra, un agujero vacío que, sin embargo, la llena. En Ser y tiempo se repite la pregunta por el ser, y se intenta movilizar sus aguas estancadas iluminando su relación con el tiempo: “La interpretación del tiempo como horizonte de posibilidad para toda comprensión del ser en general, es su meta provisional”2. ¿Por qué “provisional”? Eso es algo que todavía no estoy en condiciones de comprender. Sin embargo, lo que sí se hace comprensible al comenzar este segundo capítulo es la vía a través de la cual nos es posible “descubrir” dicho horizonte, el tiempo, que configura la posibilidad misma de comprensión del ser. Esa vía, se nos dice en el título del presente parágrafo, es el Dasein, que, en principio, aceptaremos identificar sin más con “el hombre”. No obstante, lo que Heidegger parece querer decir es que la puesta en marcha de una “analítica ontológica” del Dasein no se dirige a la clarificación del “ser del hombre”, y por ello sus constantes quejas posteriores al ver confundido por doquier su proyecto con una “antropología”. Lo que la analítica ontológica del Dasein pone al descubierto es algo que interesa esencialmente a Heidegger, mucho más que el desarrollo de una nueva antropología: en el Dasein -y sólo en el Dasein- nos topamos con eso que se dibuja como horizonte de comprensión del sentido del ser en general. El Dasein, entonces, “pone al descubierto” el tiempo. Podemos interpretar esto de manera directa y sin rodeo alguno: el Dasein es tiempo. Si volvemos de nuevo al título de la obra Ser y tiempo, sería posible localizar al Dasein, al hombre, en la cópula “y”: el lugar en el que se reúnen el ser y el tiempo, la partícula que indica la constante remisión que entrecruza “ser” y “tiempo”.  



     El segundo capítulo de la obra se propone diseñar el marco en el que la investigación acerca del ser cobra posibilidad. El primer capítulo situó al Dasein como ente peculiar y, pudiéramos decir, anómalo; el Dasein no es un ente sin más, algo que, simplemente, está-ahí, sino que posee un modo de ser específico: no sólo posee ser, sino que “abre la pregunta por el ser”3, se dibuja como aquello a partir de cuyo ser es posible alcanzar una comprensión del ser mismo. El problema que aquí alcanzamos es, en general, el problema de la interpretación: no hay, afirma Heidegger, una comunicación inmediata con este ente, ya que el Dasein, en cualquier coyuntura en la que intentemos acercárnoslo, se encuentra ya siempre en cierto estado interpretativo. Pero es que el Dasein es aquello que “somos en cada caso nosotros mismos”4, lo que significa que nos es lo más cercano si permanecemos en el plano óntico, es decir, si nos basta con estar entre entes, pero si nos sentimos tentados de aventurarnos en busca de su ser -es decir: el nuestro- se nos sitúa como “lo más lejano”5. Somos, para nosotros mismos, incomparablemente más lejanos que cualquier otro ente, a lo que ya aludió, quizás, Heráclito al escribir aquellas enigmáticas palabras: “Me investigué a mí mismo”. De hecho, afirma Heidegger, la comprensión que poseemos de lo que “somos en cada caso nosotros mismos” siempre tiene un componente de “reflejo”: comprendemos nuestro ser desde una comprensión del mundo, pero no desde cualquier “teoría” sobre lo que el mundo o las cosas son, sino, de forma mucho más oscura y radical, desde lo que efectivamente hacemos en y con el mundo: “El Dasein tiene, más bien, en virtud de un modo de ser que le es propio, la tendencia a comprender su ser desde aquel ente con el que esencial, constante e inmediatamente se relaciona en su comportamiento, vale decir, desde el 'mundo'”6


     Comprender el ser, queda dicho, remite al Dasein a comprenderse a sí mismo. ¿Cómo llevar a cabo esta comprensión? Las dificultades parecen multiplicarse en una tarea que parece, como un círculo, no tener fin. El Dasein, afirma repetidas veces Heidegger, caracteriza su ser por “tener una comprensión de este ser”. No es “sustancia”, diríamos con Hegel, sino también “sujeto”. Si esto es así, la labor que se propone Heidegger es asombrosamente, si podemos decirlo así, tautológica: si pretende llegar a comprender el ser del Dasein, lo que nos prueba es que, efectivamente, Heidegger es un Dasein. Sin embargo, quizás Hegel esté en lo cierto, y la estructura del saber sea siempre circular, y sea preciso arrojarse a su recorrido dejando atrás cualquier forma de temor, ya que el temor a errar es aquí el error mismo. 

     De acuerdo con Heidegger, el único modo de acceso a la comprensión del Dasein viene a ser, entonces, el ejercicio de la comprensión de sí mismo por parte de “lo que somos en cada caso nosotros mismos”. Esto quiere decir que será errar el blanco el elegir modos destacados, sobresalientes, típicos o específicos de ser humano, ya que aquí estaríamos aplicando ya categorías y conceptos preestablecidos, y sólo conseguiríamos encontrar lo que nosotros, previamente, allí hubiéramos escondido. Buscar el ser del Dasein no puede identificarse con localizar un tipo de ser humano en el que sus notas constitutivas se hagan normativas, ya que así estamos siendo devueltos, sin saberlo, al examen y comparación de los entes entre sí, de unos hombres o “tipos” de hombres con otros, por ejemplo. Es preciso partir de la “cotidianeidad media” del Dasein, del estado de ser en el que la apuesta ontológica no está tan determinada por presupuestos de orden teorético, o, por decirlo de otra manera, en el que toda caracterización ontológica se halla difuminada, ejercitada como modo de ser efectivo. Comprender, en este sentido, exige renunciar a alcanzar el punto en el que se separan nítidamente un sujeto y un objeto, demorarse en los estados previos en los que sujeto y objeto no se han desmembrado, y esto ocurre no, evidentemente, en el ejercicio de una intelección teorética como la realizada por las ciencias, sino en una cotidianidad todavía no traspasada por imperativos de clarificación cognoscitiva. Ocurre en el trato cotidiano, común, con el mundo y sus “cosas”. En la cotidianidad, aquello que Husserl denominará Lebenswelt [Mundo de la vida] se halla, de acuerdo con la intuición heideggeriana, la completud todavía no segmentada de una conciencia y su término intencional, el continuo que inserta realmente al Dasein en un mundo que, radicalmente, es. El objetivo de Heidegger es partir, pues, de la cotidianidad media para localizar en ésta, que transita por múltiples diferencias individuales, grupales, circunstanciales, ciertas estructuras esenciales. A éstas, Heidegger las denomina con el término “existenciales”, y cada una de ellas será un “existencial” [existenzial]. “Tan sólo cuando las estructuras fundamentales del Dasein queden suficientemente elaboradas en una orientación explícita hacia el problema del ser, alcanzará la interpretación del Dasein lograda hasta hoy su justificación existencial”7

     No obstante, en este parágrafo Heidegger también indica cómo el análisis que inicia no puede aspirar a una realización completa. El análisis del Dasein no puede ser completo porque el interés que Heidegger deposita en él trasciende al Dasein, al hombre, por el que se pregunta en primera instancia. Este análisis se guía por una pregunta ulterior, como hemos señalado más arriba: la pregunta por el ser; por eso, sólo puede aspirar a seleccionar, a rescatar fragmentos de la ontología completa del Dasein. Se trata, por eso mismo, de una investigación provisional, sujeta a posteriores elaboraciones.

Lo que realmente parece interesar a Heidegger en su análisis del Dasein es que su sentido, el sentido de su ser, es la temporeidad; el objetivo no es descubrir sin más el ser del Dasein, sino, en correspondencia con la línea fenomenológica de investigación, iluminar el sentido de este ser8. Si el Dasein es el ente que posee, ejercita, opera en todo respecto en relación con una comprensión de su ser, el sentido de su ser descansa primariamente en esa comprensión soterrada. Pero esa comprensión consiste sustancialmente en una proyección temporal: el tiempo es el horizonte de toda comprensión del ser “que en cada caso somos” y de todo modo de acceder a una interpretación del sí mismo. Heidegger afirma: “aquello desde donde el Dasein comprende e interpreta implícitamente eso que llamamos el ser, es el tiempo”. La comprensión del ser del Dasein no puede prescindir de las determinaciones de su propio discurrir, como si el tiempo en el que acontece sólo fuera una nota externa que no afecta para nada a su propio acontecer; el Dasein no es con independencia del tiempo en el que se sitúa su propio comprenderse como ser, sino que el hoy, el ayer, el mañana se presentan como estructuralmente pertenecientes a cualquier comprensión, modificando esencialmente su propia forma de darse y, por lo tanto, modificando del mismo modo el ser mismo en que consiste el Dasein. Las estructuras existenciales del Dasein, en consecuencia, no pueden ser más que modos de la temporeidad del “ser que en cada caso somos”.

     Habiendo dado en el tiempo como horizonte de toda posible concepción del ser, Heidegger rechaza la tradicional imagen metafísica de un ser cuya nota pudiera ser la constancia del estar-siempre-ahí, aparte de los recodos y mudanzas de un mundo aparente en el que todo va y viene. El ser, de suyo, está ya siempre en el tiempo, y por ello sólo puede aparecer en el tiempo: lo revelado en el ayer, lo acontecido en el hoy, lo esperado en el mañana. La tarea propuesta por Heidegger, que ha situado al tiempo y la temporeidad de todo acontecer en el centro de cualquier comprensión del ser, tiene entonces que enfrentarse a aquello que en la tradición ha hecho tan difícil pensar la conjunción de ser y tiempo, dado que se resolvió en una distribución estrictamente adversativa de ambos elementos: donde había ser, no podía haber tiempo; donde había tiempo, no se encontraba el ser. La radicalidad pretendida por el filósofo le conduce, entonces, a la renuncia al concepto vulgar de tiempo, ese transcurso abstracto que sobrevuela las cosas sin tocarlas, sin afectarlas en su ser. Un análisis “originario” del tiempo ha de partir del lugar donde se ha mostrado que el ser de un ente se entrecruza inevitablemente con el tiempo, y ese “lugar” es el Dasein. Comprender verdaderamente el tiempo se identifica, entonces, con llegar a comprender la temporeidad que gobierna al “ser que en cada caso somos”. Nos vemos, en consecuencia, arrojados a otro círculo, uno más de los trazados por esta obra que nos dice que comprender es no tenerle miedo a lo que siempre vuelve a su comienzo, sin término: si es posible llegar a comprender el ser, tenemos que comprender el tiempo; si queremos comprender el tiempo, estaremos abocados a la pregunta por el ser.


 "Si el ser debe concebirse a partir del tiempo (…) entonces quiere decir que el ser mismo -y no sólo el ente en cuanto está “en el tiempo”- se ha hecho visible en su carácter temporal. Pero, en tal caso, “temporal” no puede ya significar solamente “lo que está en el tiempo”. También lo “intemporal” y lo “supratemporal” es “temporal” en lo que respecta a su ser"9.
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1Ser y tiempo, pág. 21.

2Ibídem.

3Ser y tiempo, pág. 36.

4Ser y tiempo, pág. 37.

5Ibídem.

6Ser y tiempo, págs. 36-37.

7Ser y tiempo, pág. 37.

8Véase, más adelante, §7, El método fenomenológico de la investigación.


9Ser y tiempo, pág. 39.

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